martes, 8 de diciembre de 2009

Cerezos en flor

Renacer a partir de lo perdido

La flor del cerezo es el símbolo de la temporalidad (¿de lo querido?), de lo efímero, de nosotros mismos. La película “Cerezos en flor” comienza con imágenes del monte Fuji, en Japón, que con su belleza y contundencia simboliza más bien todo lo contrario, permanece.

A pesar de las alusiones del título, la historia que narra el film comienza en Alemania. Sabiendo que su marido morirá pronto de cáncer, Trudi lo arranca de su rutina de casi jubilado, precipitando escenas muy cargadas de tensión, aunque visualmente sencillas. Los típicos reencuentros familiares revelan cuánto se puede querer a un padre de piedra; los diálogos sobre la muerte se revelan macabros al comprobarse que quien morirá es…ella.

Recién entonces su esposo –el hombre duro, el responsable, el que puede pasar 20 años trabajando tras un escritorio sin amarlo ni odiarlo- siente que ha perdido algo fundamental. Pero no puede bailar su tristeza, no puede pintarla ni cantarla; es de piedra. Le queda sólo un espantoso hueco lleno de fantasmas, fotos, kimonos; una casa callada. Nadie le regala una muerte tajante, de corte fino (casi ninguno de nosotros la merece u obtiene). Y el desahuciado sigue siendo él.

En esta densidad de situaciones, provocan sonrisas y suspiros algunas imágenes cortas, simples, bellas banalidades que relativizan lo denso. Lo temporal de un gato que camina, un pato indiferente, moscas y niños son símbolos de lo singularmente eterno, que nuestra tristeza suele sobre percibir o, en el caso de Rudi, ni nota.

El Bhuto es un baile japonés, pasión reprimida de su mujer. Es lo único que le queda ahora a él. Y su acto de amor –y de supervivencia- consiste en cumplir ese sueño, tan ajeno como para él mismo fue el acto de soñar. El escenario: Japón.

A pesar de toda la carga de melancolía que tiene la historia que cuenta “Cerezos en flor”, rebalsa esperanza y conciencia para cada segundo. Lo perdido no vuelve.

Si me pidieran contar el tema de la película en una frase, les contestaría con el título de este artículo. Conocer lo amado a partir de sus cenizas, a veces hasta hacerte ceniza también. El loco encontrado muerto al lado de un lago, al pie de una de las más bellas montañas, sabe bien por qué sonríe.

Alejandro Dolina afirma que los únicos paraísos que existen son los que hemos perdido. No voy a contradecirlo, ni afirmar lo mismo. Vaya cada uno a buscar su paraíso, no espere que muera alguien. Patee la inercia, la mediocridad. Ve a recuperar lo perdido, aunque te pierdas en el camino. Algo nacerá de tanta muerte, si lo buscas tú.



Y una canción, para acompañar lo que queda.

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