miércoles, 26 de noviembre de 2008

olvidos

La obsesión de Luis era olvidar. Quería que cada milagro ocurriera por primera vez, que su alma borroneada mantuviera la credulidad que hace ya mucho tiempo había decidido perder. Por salud, por ahorro de tiempo; vaya a saber uno por qué.

Acababa de dejar el cigarro apagado dentro de un cenicero metálico. No llevaba agenda telefónica, ni escrita ni en celular, y con el índice derecho temblando junto a su labio inferior, intentaba recordar si había pedido el número de María.

Luis estaba profundamente convencido de que esto lo hacía no por hobby o pasión pequeño burguesa sino por sobrevivir, al igual que tomar café, al igual que caminar gacho y nervioso, huyendo de cualquier mirada, de cualquier cruce de palabras peligroso (calificación que merecían casi todas sus conversaciones con el sexo opuesto)

A María, todo esto no le importaba. Como al día siguiente también necesitaría desayunar y tomar fuerzas para aguantar esta puta vida, llamó a Luis y le confirmó la tarifa que por la urgencia le cobraría. Luego, se maquilló.

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